domingo, 28 de noviembre de 2010

Invocación a mi madre - Agustin Pio Barrios

 
La ausencia de la madre por si solo es terrible, saberla enferma en la distancia es aun más; solo Barrios puede expresarlo de esta manera.





Es domingo, 28 de noviembre del año 2010, un amanecer lluvioso, con un  agradable fresco;  es encantador escuchar el murmullo del agua cayendo suavemente sobre el tejado. Cierro los ojos y trato de disfrutar este maravilloso regalo de Dios, LA VIDA!!  Pero siento que hay algo que falta, y es la música, pero no cualquier música sino  aquella que te acerca más al dador de vida. Claro!!! debe ser música de Agustín, así me lo dicta el corazón. Lentamente me levanto y de la colección de grabaciones originales que me proporcionara tan gentilmente  el Maestro César Amaro,  reproduzco  y se inicia así una increíble y maravillosa serenata. No selecciono una en particular, se que todas son casi mágicas, pero las cosas no suceden por azar.

Cada vez que escucho una grabación de este extraordinario guitarrista  paraguayo, siento como una fuerza interna me obliga a escribir, estoy de romance con Barrios, buscando descifrar y entender su esencia. Qué atrevimiento el mío!!! Hace días intentaba en unas líneas escribir lo que imprimía en mi el Vals Pepita, dedicada a su madre, hoy una romanza bellísima suena, como una súplica, un ruego de amor, un desespero triste volcado completa y extasiadamente en las cuerdas de su guitarra; es Agustín Pio Barrios en Invocación a mi Madre.

Invocación a mi madre tiene su historia y hoy quisiera que me permitieran compartir con ustedes. Corría el año 1912 y Agustín Pío “como veleta,  moviéndose a impulsos del destino, iba  danzando en loco torbellino, hacia los cuatro vientos del planeta”;  esta vez en Cerro de las Cuentas – Uruguay,  suelo de rocas blandas, lugar de ritos y cultos a los dioses, en casa de su entrañable amigo Martín Borda y Pagola,  ahí lejos de los suyos  recibe un telegrama que lo deja atónito. Se trata de Mamá Pepita, se encuentra gravemente enferma en Asunción.

Imagínense  lejos, sin recursos económicos y mamá enferma. Qué impotencia!!! Qué tristeza envuelve el alma de Agustín!!! Implacable el destino en sus designios. Según la anécdota contada al Maestro César Amaro por Aída Borda de Piovano, conocida de joven como “Chinita”, hija de Don Martín Borda y Pagola,  sin más palabras Agustín toma su guitarra y como queja de su alma solitaria, en una triste y mística plegaria dejó florecer el sentimiento y sus acordes dieron  vida a una plegaria de amor a su madre, acariciándola en cada nota, como diciéndole “aquí estoy mamá”, como queriendo volcar en cada acorde la impotencia dulcemente expresada, como queriendo acortar las distancias en  un abrazo melódico en el que el hijo entrega a la madre lo más bello se su ser, sus emociones.

Esta pieza tan íntima, que lleva en su esencia la conexión de un hijo con su madre, no fue escrita completamente. Es decir, fue escrita solo las notas sin plicas ni medidas, como queriendo Agustín que este secreto armónico sea solo entre él y su madre, como un homenaje de respeto y admiración a quien le diera la vida.

Quién sabe qué secretos angustiosos volcó  el alma de Agustín en esta composición, al saber a su madre enferma. Escuchémosla, pensando en aquello que sentimos cuando nuestra madre cae enferma y la impotencia se adueña de nosotros, sintiéndola escaparse de nuestra presencia, solo así podremos comprender a este genio que encontró en su guitarra la maravillosa manera de expresar su esencia.

                                                María Bernarda Cuellar Garay